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Editorial: Yuritzin Flores Puig
Desde hace tiempo se advertía que alcanzar el objetivo de hambre cero hacia el 2030, planteado en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), no sería posible ya que esta ha ido en aumento. Con el COVID-19 la situación de por sí complicada, dejó en evidencia la vulnerabilidad de los sistemas alimentarios poniendo en riesgo los medios de vida y subsistencia de millones de personas en el mundo, especialmente a las más vulnerables .
El desafío no es menor, de acuerdo a la reciente publicación del Informe sobre el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2021 presentado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), se estima que “en el año 2020 padecieron hambre en el mundo entre 720 y 811 millones de personas, 161 millones más que en 2019, casi 2.370 millones de personas carecieron de acceso a alimentos adecuados lo que representa un incremento de 320 millones de personas en solo un año”. Todas las regiones en el mundo se han visto afectadas, en el caso de América Latina se estima que en comparación con el año 2019, en el 2020 pasaron hambre 14 millones de personas más, siendo el Caribe y Centroamérica las regiones más afectadas. Sin embargo, también es alarmante el número de personas que debieron disminuir la cantidad y la calidad de alimentos que consumían, afectando la dieta de las familias con efectos directos en la población infantil.
El acceder a una dieta saludable representa un costo elevado y el tener ingresos para adquirirla. En el caso de América Latina y el Caribe el costo de una dieta saludable, de acuerdo al Informe de FAO, se ha estimado en USD$4,25 por día y por persona (superando el umbral internacional de pobreza establecido en UDS$1,90 por persona por día), registrándose un total de 113 millones de personas en la región (19.3% ) que no podían permitirse tener una dieta saludable. Este hecho de acceder cada vez menos a dietas saludables se relaciona con el aumento en los niveles de inseguridad alimentaria moderada y grave, siendo mayor en la región durante el periodo de 2019-2020.
Nos encontramos en un momento crítico, no solo por la pandemia que estamos viviendo, sino en términos alimentarios, el encaminar estrategias que permitan cubrir las necesidades alimentarias de las 811 millones de personas que actualmente padecen hambre y a los 2.000 millones de personas más que vivirán en el mundo en 2050. Estrategias que sean incluyentes y sostenibles a lo largo del tiempo, que significa llevar a cabo reflexiones de fondo en torno al modelo económico, de producción y consumo actual, en el que coexisten distintas formas de producción con lógicas distintas y que proveen de alimentos frescos, procesados y ultraprocesados a millones de consumidores en el mundo.
A este tema, se suman condiciones externas que hacen más compleja la tarea de proveer alimentos nutritivos y sanos para todos y todas, como son “la intensidad de los conflictos, la variabilidad y las condiciones extremas del clima y las desaceleraciones y debilitamientos de la economía” que han sido abordados en informes de FAO . Sin embargo, causas estructurales como la desigualdad y la pobreza presente en millones de personas a nivel global son urgentes de atender, las cuales fomentan un círculo vicioso de pobreza y hambre, que además combinados con las condiciones mencionadas tienen efectos directos en las distintas dimensiones de la seguridad alimentaria (disponibilidad, acceso, utilización y estabilidad).
Una de estas combinaciones, se observa en el aumento en el costo de los precios de los alimentos y con repercusiones directas en el consumo de alimentos nutritivos y sanos, así como en la salud (obesidad vs desnutrición), pero sobre todo que impacta en las personas que no tienen ingresos para adquirir alimentos, poniendo en riesgo su seguridad alimentaria y colocándolos en situación de hambre. Al mismo tiempo, este aumento en el costo de los alimentos se relaciona con factores de baja productividad, cadenas de suministros, demanda de los consumidores, políticas comerciales, entorno de los alimentos, entre otros.
En este sentido, la crisis económica que enfrentamos recrudecida por las medidas implementadas en la lucha para contener el COVID-19, que seguramente habrán contribuido en el aumento de los niveles de inseguridad alimentaria y prevalencia en las distintas formas de malnutrición y que sus efectos todavía serán visibles hacia inicio del 2022. El explorar medidas para disminuir los efectos de la pandemia es urgente, por lo que el abordaje de los sistemas alimentarios toma relevancia, no solo para generar condiciones necesarias para lograr la seguridad alimentaria y nutricional entre las personas, sino porque aborda importantes componentes como la producción, transformación, comercialización y consumo que se relacionan con la sostenibilidad del medio ambiente y abre la oportunidad de sumar a los actores involucrados, especialmente mujeres y jóvenes. Si bien, el COVID-19 mostró la vulnerabilidad de los mismos, la transformación de los sistemas alimentarios se convierte en una alternativa frente a la recuperación de la pandemia.
Hoy se abre una importante discusión sobre los sistemas alimentarios sostenibles ocupando un un importante espacio en las agendas nacionales e internacional, como la Pre-Cumbre de los Sistemas Alimentarios celebrada del 26 a l 28 de julio, la cual ha sido controvertida. Esto reflejo de la estructura agraria bimodal que ha prevalecido en el modelo económico actual y con distintas lógicas; sin embargo, todavía hay camino que recorrer sobre temas de agroecología, innovación tecnológica, financiamiento, inclusión de género, conocimientos ancestrales, alimentos sanos, nutrición infancia y jóvenes, cambio climático (alcanzar de manera paralela acuerdos globales vinculantes en las Conferencias de Partes COP), entre otros. En general se preparó el terreno hacia la Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios a celebrarse a finales de este año, la cual requerirá no solo de propuestas, sino la cristalización de acciones concretas a implementarse en lo nacional y con impacto en lo global, requerirá de un diálogo ampliado con todos lo sectores, como mencionaron varios de los participantes: “se necesitará pasar del diálogo a la acción”.
La contribución de los sistemas alimentarios y su transformación en la actual coyuntura es indudable; sin embargo, es urgente atender la pobreza y la desigualdad entre la población, ya que si no se avanza en paralelo, los resultados serán acotados y se continuará en la misma trayectoria como hasta ahora. Por otra parte, el abordaje desde los sistemas alimentarios requiere reflexionar en un enfoque integral, en el cual se incluyan a todos y cada uno de los actores involucrados en este sistema, en donde se reconozca el aporte de cada uno y se pueda transitar hacia un sistema sostenible e inclusivo, en donde la salud nutricional sea un objetivo concreto, desde un enfoque de Derechos Humanos y que todos los actores se logren alinear a esto.
Es momento de aprovechar el impulso sobre los Sistemas Alimentarios Sostenibles e Inclusivos, para seguir generando información que permita abonar a estos diálogos e ir avanzando hacia propuestas en los territorios y en materia de políticas.
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