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Editorial
La realidad de las mujeres rurales en nuestro continente es diversa y cambia de territorio en territorio, puesto que en la mayoría de ellos hay ciertas dinámicas que excluyen a las mujeres rurales del desarrollo territorial. Esto, porque las dinámicas territoriales están atravesadas por el género, es decir, en cada territorio encontramos que la participación de hombres y mujeres en los diferentes aspectos de la vida se organiza y valora de manera diferenciada, lo que incide en las trayectorias de desarrollo (individual y territorial) y en los niveles de equidad de género.
Desde Rimisp, hemos generado evidencia sobre diversas brechas de género en los territorios urbanos y rurales en América Latina. A modo de ejemplo, se pueden mencionar los datos del Observatorio de Género, Mujeres y Territorios, donde las mujeres rurales se encuentran en una posición de mayor vulnerabilidad y desventaja en relación con los hombres rurales, pero también de sus pares urbanos. A su vez, los resultados de la Encuesta de Seguridad Alimentaria y Alimentación, desarrollada por el proyecto “Siembra Desarrollo“ muestran también, que los hogares rurales liderados por mujeres presentan mayores tasas de inseguridad alimentaria junto con una mayor tendencia hacia el deterioro de las dietas.
Otra situación que viven las mujeres rurales es la multi-actividad que consolida una triple jornada entre la generación de ingresos, la producción para venta y/o autoconsumo y el cuidado a terceros. Las cifras de desocupación de mujeres rurales suelen ser elevadas, lo que tiene el componente oculto de desvalorización de su trabajo, puesto que se considera de subsistencia o complementario al trabajo de terceros. El mercado laboral, donde se replican estereotipos y discriminaciones de género, suele ofrecer oportunidades precarizadas, con bajas remuneraciones y temporales. Finalmente, la responsabilidad de las tareas domésticas y de cuidado recae en ellas –esencial para el bienestar de las familias y comunidades– y no es reconocido como trabajo, sino visto como un deber natural de las mujeres.
En América Latina, a pesar de las contribuciones de las mujeres rurales al bienestar de los territorios y su papel en los sistemas agroalimentarios, así como de los avances formales e institucionales en materia de igualdad de género, no hay consideraciones para superar las brechas y barreras específicas que ellas enfrentan. Las intervenciones públicas suelen ser sectoriales y descuidan las múltiples identidades de las mujeres rurales, así como las barreras para acceder y controlar recursos productivos, especialmente tierra y agua, financiamiento y capacitación. Estas dinámicas perpetúan las desigualdades de género pues los recursos, oportunidades y beneficios están desigualmente distribuidos en desmedro de ellas. Es necesario que el reconocimiento de la contribución de las mujeres rurales se acompañe de estrategias para transformar las dinámicas del territorio donde ellas habitan, que considere junto a la estructura productiva, la institucionalidad, las redes de protección social y las normas o patrones culturales que representan barreras para su inclusión económica efectiva.
Un aspecto fundamental a abordar en las dinámicas territoriales es la participación política, social y comunitaria de las mujeres en sus territorios. Las mujeres rurales de América Latina tienen una voz que relata problemáticas y soluciones, ambas relevantes para lograr territorios inclusivos, pero hacen falta los espacios para ser escuchadas y los mecanismos de participación las consideren como actores legítimos de sus territorios.
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