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El más reciente Análisis de Coyuntura de Rimisp, sobre Brechas territoriales de género en prácticas alimentarias durante la pandemia del Covid-19, muestra cómo la inseguridad alimentaria, agravada por la emergencia sanitaria ha incrementado las inequidades de género en el Ecuador.
De acuerdo con los datos de la Encuesta de Seguridad Alimentaria y Alimentación (ESAA), aplicada por nuestra oficina en este país, en el contexto del Proyecto Siembra Desarrollo. Pequeña agricultura y alimentación resilientes al COVID-19, entre diciembre de 2020 y enero 2021 en los cantones de Daule, Santa Lucía y Palestina, (provincia del Guayas) y los cantones de Ventanas y Mocache (provincia de Los Ríos), ubicados en la costa ecuatoriana, se evidencia un incremento de la vulnerabilidad y el empobrecimiento de las mujeres.
En lo relacionado al uso del tiempo y la distribución del trabajo no remunerado al interior de los hogares, el análisis de coyuntura realizado por Rimisp indica que, según información del Observatorio de Igualdad de Género de la Cepal, las mujeres ecuatorianas dedican 37 horas semanales al trabajo no remunerado en contraste con las 9.9 horas que dedican los hombres.
Estos datos evidencian un incremento, ya que según la Encuesta Específica del Uso del Tiempo, en el Ecuador, elaborada por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), antes de la pandemia, las ecuatorianas dedicaban 31.4 horas a la semana al trabajo doméstico no remunerado. Las mujeres rurales superaban el promedio nacional y alcanzaban 34.33 horas en promedio a la semana, para esta actividad sin reconocimiento monetario.
Esta realidad es compartida por Lupe Rogel, productora de café y emprendedora de la provincia de Pichincha, representante de la Red Nacional de Jóvenes Emprendedores Rurales del Ecuador (Renajer), quien cuenta que con la llegada del COVID-19 y las medidas sanitarias, las jefas de hogar debieron adaptarse “de un día para el otro a la nueva modalidad de estudio de los niños, sintiendo esa sobrecarga de trabajo al estar al tanto de su educación y al mismo tiempo intentar salir adelante con el trabajo y las tareas de la casa”.
En cuanto a la tasa de pobreza, los hogares encabezados por mujeres reportan en mayor proporción tener ingresos inferiores a la línea de pobreza nacional. En Ecuador, este índice en los hogares con jefatura de mujeres es del 55%, frente a un 38% de aquellos hogares con jefatura de hombres. Estas altas cifras se replican tanto en los territorios urbanos como rurales.
Los resultados de la ESAA en los territorios de la costa ecuatoriana muestran que existe una mayor proporción de mujeres jefas de hogar entre los hogares más pobres. “Una mayor proporción de jefas de hogar entre los quintiles más pobres, tanto en el área urbana como en la rural y más afectados por la pandemia, ya que tuvieron mayor pérdida de ingresos en Guayas y mayor inseguridad alimentaria moderada a severa en ambas provincias y áreas. Asimismo, las mujeres estarán probablemente en mayor proporción entre los miembros del hogar que perdieron sus fuentes de ingresos debido a la pandemia, en especial por el cuidado de niños menores de 5 años”, explica la investigadora de Rimisp, María José Castillo.
En Ecuador, un 32% de los hogares con jefaturas de mujeres se han preocupado por la subida del precio de los alimentos versus un 22% de los hogares con jefaturas de hombres, es decir que los hogares encabezados por mujeres se preocupan por la subida del precio de los alimentos un 29% más que sus contrapartes.
La encuesta aplicada en la costa ecuatoriana se realizó en 1.475 hogares, de forma telefónica y otro de los datos interesantes que arrojó fue que el 69% de hogares con jefatura femenina, habían perdido sus ingresos, en medio de la crisis sanitaria. En la ruralidad la reducción de ingresos en los hogares con mujeres como cabeza de hogar se ubicó en el 72%, mientras que en las zonas urbanas es del 67%. Cifras que contrastan con este mismo indicador en los hogares con jefaturas masculinas, cuya pérdida afecta al 62% en áreas urbanas y al 71%, en el campo. “En general, los menores ingresos ocasionaron que un 11% de los hogares encuestados tenga por lo menos un miembro que no comió durante todo un día”, explica la investigadora de Rimisp.
Un aspecto relevante para entender las desigualdades de género fue pedir prestado a los amigos y familiares, para solventar la pérdida de los ingresos. A pesar de que otras formas de préstamos, formales e informales han sido prevalentes durante la pandemia, los hogares encabezados por mujeres son quienes más recurren a pedir dinero prestado a amigos y familiares, y, dentro de ellos, en los territorios rurales esto es más común. Un 56% de los hogares encuestados en Ecuador recurrió a los préstamos para atender sus necesidades básicas. De este porcentaje, un 55% se ubica en el área rural, frente al 57% de las zonas urbanas.
Sobre esta realidad, Lolita Alvarado, productora y presidenta de la Junta de Regantes del Valle del Daule, reflexiona que el apoyo para recuperar la pérdida de los ingresos y el acceso a los alimentos podría surgir de los gobiernos subnacionales, por medio de programas de compras locales. “Los Municipios deberían realizar acciones participativas, considerando a las productoras y a las organizaciones. Se debe dar prioridad al campo, ya que de allí sale toda la alimentación”
Otro resultado notable que ha dejado la Encuesta sobre Seguridad Alimentaria y Alimentación está relacionado con la toma de decisiones respecto al gasto para la compra de alimentos en la unidad familiar. En los datos globales, se establece que el 68% de las mujeres participa en la toma de decisiones sobre la compra de alimentos. Al diferenciar por territorios, tenemos que, en la ruralidad este porcentaje alcanza el 69%, y en zonas urbanas, el 68%.
En ese sentido, Janeth Torres, coordinadora general del Proyecto Fortalecimiento de Actores Rurales de la Economía Popular y Solidaria (Fareps), impulsado por el Instituto Nacional de Economía Popular y Solidaria (IEPS), manifiesta que, “es básico mejorar el fortalecimiento de capacidades de mujeres en producción orgánica y seguridad alimentaria, ya que la mujer es la que decide qué comprar y consumir en los hogares”.
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