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Centroamérica alberga aproximadamente un 7% de la biodiversidad mundial. Su riqueza natural y cultural deben ser preservadas para las generaciones actuales y futuras, sin embargo, los impactos del cambio climático son cada vez más evidentes. Entre 1970 y 1999 las temperaturas en la región mesoamericana han incrementado en 0.1 °C y se espera que en los próximos años sea hasta 2.2 grados Celsius más caliente. Según el índice global de adaptación de la Universidad de Notre Dame, en 2017 Honduras tenía el menor nivel de adaptabilidad entre los países del norte de Centroamérica, situándose en el lugar 122 de 181 países; le siguen Guatemala en el lugar 111 y El Salvador en el lugar 108 (CEPAL, 2021). Los eventos extremos, como huracanes, inundaciones y sequías, han sido una causa significativa del aumento de la inseguridad alimentaria en la subregión.
Aunado a esto, los fenómenos climáticos extremos se repiten año con año, incrementando la pérdida de vidas humanas y de activos. El más reciente de estos eventos tuvo lugar en la primera quincena de noviembre del 2020, cuando los huracanes Eta e Iota trajeron semanas de lluvia incesante, destruyendo puentes, derribando líneas eléctricas y devastando más de 200.000 hectáreas de alimentos básicos y cultivos comerciales en una amplia franja de Centroamérica. Los huracanes golpearon cuando estas comunidades ya estaban lidiando con la profundización de las brechas de desigualdad e inequidad en la región, complejizando la emergencia provocada por la pandemia.
Para los países de Centroamérica, la actual crisis podría significar un ulterior decrecimiento económico, un incremento de la pobreza y la pobreza extrema, un recrudecimiento de los niveles de violencia y una todavía mayor desigualdad. A los problemas estructurales relacionados con el desarrollo económico, la protección social y la degradación ambiental, se suma una particular vulnerabilidad a desastres, y un fuerte incremento de las presiones para la migración forzada e insegura.
El Corredor Seco de Centroamérica, emblema de la vulnerabilidad de ante el cambio climático.
Si bien los impactos del cambio climático son perceptibles en todo Centroamérica, la realidad que se vive en el Corredor Seco Centroamericano (CSCA) evidencia las graves huellas que este tiene en las vidas y en las economías de sus habitantes. El CSCA es un área geográfica que de acuerdo con la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, 2012), corre paralela a la costa del Pacífico desde Chiapas, en México, hasta al occidente de Panamá, dejando tierras áridas también en Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y parte de Costa Rica. Se trata de uno de los territorios más vulnerables a eventos climáticos extremos. Este tramo de tierra de 1.600 kilómetros de largo y de 100 a 400 kilómetros de ancho concentra el 90% de la población de Centroamérica (aproximadamente a 10, 500.000 millones de personas), muchas de las cuales se dedican a actividades agrícolas, en especial a la pequeña producción de granos básicos.
Esta zona es altamente vulnerable a eventos climáticos extremos, donde largos periodos de sequía son seguidos de lluvias intensas que afectan fuertemente los medios de vida y la seguridad alimentaria de las poblaciones locales, esto ha afectado la producción de granos básicos. Según datos de la FAO (2020), alrededor de 3,5 millones de personas se vieron afectadas por la sequía en el Corredor Seco en 2018 y unos 2,2 millones perdieron sus cultivos. En septiembre de 2019, Honduras declaró el estado de emergencia debido a la sequía, luego de sufrir daños entre el 50% y el 60% de sus cultivos de granos básicos, como el maíz y el frijol, que habían sido sembrados para la cosecha en la primera quincena de agosto.
La migración es la manifestación de un modelo de desarrollo caracterizado por múltiples exclusiones y debilidades
Cada minuto una persona abandona su hogar por causas relacionadas con el cambio climático. A finales de 2020, alrededor de 7 millones de personas en 104 países y territorios fueron desplazados dentro de su país como resultado de desastres ocurridos no sólo en 2021, sino también en años anteriores (IDMC, 2021).
Al igual que el año pasado, los desastres siguieron siendo la principal razón de nuevos desplazamientos forzados a nivel mundial. En concreto, provocaron más de tres cuartas partes (30,7 millones) de los nuevos desplazamientos internos registrados en todo el mundo.
Los países del norte de Centroamérica tienen una tasa migratoria negativa: el número de personas nacidas en esos países que viven en el exterior asciende ahora a más de 15.4 millones; el país con la mayor proporción de ciudadanos que viven en el exterior como porcentaje de la población nacional es El Salvador, donde casi una cuarta parte de la población ha emigrado (22,1%), seguido por Honduras (6,9%) y Guatemala (5,8%) (CEPAL 2021). No obstante, el incremento de la movilidad humana forzada desde Centroamérica hacia Estados Unidos, también registra un incremento en los flujos de desplazamiento interno, motivado por desastres naturales o causados por humanos, conflictos y crisis sociales y económicas.
Desde Rimisp – Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural, en colaboración con ONU Mujeres en el marco del programa regional MELYT- Mujeres, economía local y territorios, financiado por la Agencia Italiana de Cooperación (AICS) y ejecutado por ONU Mujeres en el Triángulo Norte, se realizó el estudio: “Empoderamiento Económico de las mujeres, territorio y migración en el Triángulo Norte de Centroamérica”.
Celeste Molina directora para Centroamérica de Rimisp y autora del estudio indicó, durante su participación en el III Congreso Regional sobre Mujeres en los contextos de la migración llamado “Mujeres en movimiento: igualdad de género, derechos humanos y autonomía” realizado el pasado 23 de septiembre en la Ciudad de México, que el trabajo buscó generar conocimiento útil para el diseño de políticas públicas orientadas a abordar las causas estructurales del fenómeno migratorio, desde la perspectiva territorial y sobre cómo las particulares configuraciones territoriales, así como las decisiones de migrar o permanecer en los territorios de origen, inciden en los procesos de empoderamiento económico de las mujeres.
“En la investigación, que se realizó en conjunto con Chiara Cazzuffi, profesora asistente del Centro de Economía y Políticas Sociales de la Universidad Mayor, Chile; realizamos una revisión de las tendencias y flujos migratorios recientes en la región que nos revelo que los principales motivos para migrar tienen que ver con la falta de oportunidades económicas y las tasas de pobreza en los países centroamericanos. De esta forma, el estudio subraya que los eventos climáticos extremos constituyen un factor de expulsión en cuanto tienen consecuencias inmediatas en las estrategias de vida y resultados económicos de los hogares. En ese sentido, es altamente probable que el cambio climático como motivo para migrar esté siendo capturado en parte por la variable proxy de oportunidades económicas”, señalo la Master en Desarrollo.
“Una aportación de nuestro trabajo es que proporciona nueva información acerca de las relaciones complejas entre desarrollo territorial, migración y empoderamiento económico de las mujeres, con el propósito de contribuir a diseñar mejores programas y políticas que reduzcan los costos de la migración para las mujeres, y les permitan aprovechar plenamente sus oportunidades “concluyó Molina.
Para conocer más sobre este tema, les invitamos también a escuchar el capítulo 9 del Podcast. Ellas: mujeres con poder en Territorios dinámicos, conducido por Celeste Molina, el cual cuenta con voces expertas en la materia y está dedicado al estudio, centrándose en la forma en que la migración influye sobre el empoderamiento económico de las mujeres, profundizando sobre cómo las dinámicas migratorias se cruzan con los sistemas de género y con los contextos territoriales de origen y destino.
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