La agenda de restauración de ecosistemas en El Salvador comenzó a cobrar relevancia en la última década como respuesta a las persistentes dinámicas históricas de degradación ambiental y al creciente impacto del cambio climático. Estas problemáticas han tenido consecuencias negativas en los medios de vida y la seguridad alimentaria de la población. 

A nivel institucional se lanzaron políticas, programas y proyectos para fomentar transformaciones en las prácticas agrícolas y ganaderas que fortalecieran la resiliencia de las comunidades más vulnerables en diferentes territorios del país. Esto supuso desarrollar el enfoque de paisaje y reconocer la importancia de la acción colectiva y la construcción de acuerdos entre los actores que usan y se benefician de los recursos naturales. Pero, este proceso también ha enfrentado desafíos, ya que aún persisten políticas que fomentan prácticas que degradan los ecosistemas, así como regulaciones propias de formas excluyentes de conservación, que llegan a obstaculizar los aportes de la población en la gobernanza de los territorios y sus recursos, lo que va en contra de los objetivos de la restauración de ecosistemas.

Uno de los desafíos más destacados en este contexto es la transformación de conflictos. A pesar de que algunos conflictos son más complejos que otros, existen estrategias que pueden ayudar a resolver disputas. Esto implica crear espacios donde los diferentes actores puedan identificar el problema, sus causas y posibles soluciones viables. Un ejemplo se encuentra en San Miguelito, una pequeña comunidad en el límite del Parque Nacional El Imposible, en el departamento de Ahuachapán. Allí, las comunidades han seguido un camino para convertir un conflicto latente en un motor de cambio para su comunidad y su entorno territorial. 

Las lecciones aprendidas en San Miguelito son valiosas para las instituciones gubernamentales, los donantes y otros interesados que buscan avanzar en los objetivos de restauración y promover enfoques inclusivos de gobernanza territorial.